viernes, 1 de julio de 2011

Corazones tóxicos



Ellos caminaban entre la multitud, eran la multitud misma, yo algo más que consiente aun no entendía como había llegado a parar a aquel paisaje de cemento y basura, todos lucían peinados, cicatrices ocultas bajo miradas de hielo, repetían con devoción bíblica un coro con el que insinuaban ser libres, en el que habían hallado la libertad manchando sus manos con la sangre de cualquier dios, me movía entre la multitud pero abstraído de ella, como un espectador incognito, mientras la Dance Music perturbaba sus almas, el sonido de la salsa en mi cabeza me ayudaba a interpretar el momento.

Por todos lados retumbaban voces que producían ritmos hipnotizadores, fumaban marihuana y polveaban su nariz para entrar en un trance que los aislara de la misma conciencia que me perturbaba en el instante, sus temas esparcían unas verdades que desaparecían en cuanto alguien más imponía su verdad, ellos eran una variación de la misma persona, argollas en lugares diferentes, en su piel marcas por distintas zonas de sus cuerpos, con colores que variaban en una escala primaria pero contrastante, actitud de aventura pre-programada, de expedición de catalogo y en sus  zapatos Converse para gente informal aun guardaban parte de la humedad que la sal y la arena del mar traen consigo.

Entre más extrañamente igual a lo distinto que los otros son fueran cada uno, más atractivo resultaban para las hembras, ellos poseían todo un vocablo anglo que como parte de su educación infantil, pero no era Ingles, tampoco Español, solo distinto, como ellos mismos, por ejemplo no podía entender si se referían a algo chulo, chevere o al género musical del Jazz  cuando decían -¡marica eso es cool!-  lo único que yo podía entender era el concepto de marica en sus ojos.

Ellas se movían de boca en boca absorbiendo el éxtasis de su autonomía libertaria, moviendo la cuna de sus hijos como una enorme vagina en busca de semen, lejos de seducirme me sentí amenazado, intimidado. Sus peinados siempre estaban dirigidos a exaltar su imagen de mujer fatal, y si que lo conseguían, porque para mí su feminidad era acribillada con la exaltación de sus tetas como una masa más grandes que su cerebro, -creo que a eso debo mi gusto por los senos pequeños- eso pensé.

Ellas alardeaban sobre sus orgasmos y los distintos colores de penes que habían conocido, de los tamaños y de las formas, de cuantos se habían consumido en las llamas de su cama infernal… de esa manera  cubrían de su sentido de inferioridad, como un niño que reta y se ríe ante el golpe de su padre para sentirse más fuerte que él, ¿Cómo si la piel mintiera?
Así, pese a su fingida actitud esas mujeres fatales solo representaban un papel de catarsis, mientras su piel encarnaba perfectamente el papel de servicio objeto sexual tan apetecido por los ellos.

La multitud carcajeaba sin sentido como movida por una plaga que se paseaba en el ambiente, sus ojos apenas dejaban ver sus dilatadas pupilas, ellas y ellos se movían, se esparcían, se dilataban como una misma sustancia pluricelular, oscuros, con corazones tóxicos, vacios como la nada, era su ciclo, su constante ciclo, un eterno retorno a la nada, por un momento todo era para mí un collage armado con retazos de lo mismo, eran filas y columnas enteras de lo mismo.

Corrí al baño necesitaba un poco de agua en la cara, corrí entre las múltiples mismas imágenes, y mientras corría ya no veía rostros, solo mascaras y etiquetas, que formaban una mascarada ritual de la falsedad y la mentira, tal vez era un sueño pensé,  pero en el baño todos polveaban su nariz, y se penetraban sin importar el sexo, se penetraban fuertemente hasta que el placer parecía aplacarles la sensibilidad, todos carcajeaban con dentaduras de cemento, nadie parecía dormir, porque nadie creía en el sueño, no entendía el porqué en ese momento todo me perturbaba, nunca había sentido repudio contra esas cosas, yo solía tolerarlas, pero aquel momento no.

Al salir del baño me mire al espejo y ¡oh sorpresa!, mi nariz estaba blanca como la nieve.




Por: Carlos Gómez S.

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